cuentos del bosque fantasma
LA BODA DE LOS ZORROS. El Cuento de Toshiro
Toshiro recordaba aquel día lluvioso, con el sol en lo alto, en el que su madre le dijo que no fuera al bosque, porque en esos días los zorros celebraban sus cortejos de boda y no les gustaba que los humanos les molestaran. Pero Toshiro era curioso y fue, a escondidas, al bosque. Lo que pasó después era ahora como un recuerdo, un sueño que le visitaba cada cierto tiempo y que le hacía despertarse sobresaltado. Ahora, todo el pasado parecía muy distante, su niñez, su juventud, su familia, su vida como samurai…
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La vida como ronin era difícil, pero se había acostumbrado a ir de acá para allá, siendo una espada al servicio del mejor postor. Su último encargo le obligaba a estar allí, en busca de alguien que sabía que no encontraría, pero aún quedaban en él suficientes restos de honor como para cumplir su palabra.
En aquel lugar sombrío, húmedo y oscuro el aire era pesado y denso, el viento traía olores que le llevaban a su niñez, cuando fue a ver el desfile de los zorros. La misma sensación de pequeñez e indefensión le embargó por un momento, pero su carácter ya no era el de aquel niño curioso e inconsciente. Había librado batallas, había matado y había sangrado, había mirado al horror de la muerte y la guerra a los ojos y había sobrevivido. No se asustaba fácilmente. Pero algo en ese lugar le despojaba de coraje. Apenas había penetrado en aquel sitio cuando sintió ese frío en la boca del estómago, ese sabor dulzón a muerte , ese escalofrío en la nuca. El bosque lo recibió con los brazos abiertos y cuando entró en él, los cerró con fuerza. Apenas hubo entrado en el bosque se desorientó, pero no le dió importancia, pues era temprano y el sol lucía con fuerza en aquel día primaveral.
Debía buscar al hijo de un rico comerciante de seda, que había desaparecido junto con su amante y a los que vieron por última vez en las cercanías del bosque. Toshiro preguntó porque no había mandado hombres a buscarlos al bosque, pero entre rodeos y balbuceos el comerciante le dijo que ningún hombre de los alrededores querría pisar aquel bosque, y una sombra de miedo y vergüenza cubrió su rostro. Toshiro no preguntó más, pues sabía que la guerra y el hambre llevaban a la gente a tomar decisiones desesperadas, y aquel pueblo tenía las cicatrices de ambas aún frescas.
Así pues, Toshiro se adentró con decisión en ese bosque inmenso que dormitaba bajo la sombra de la gran Montaña y ahora lamentaba haberlo hecho. Ahora entendía también la desorbitada cantidad de koban que le pagarían si tenía éxito Las hojas podridas amortiguaban las pisadas cada vez menos determinadas, los árboles se retorcían y sus ramas flotaban dándole al bosque la apariencia de un ser vivo. Los restos de una prenda femenina abandonada le despejaron la mente y retomó la búsqueda , consiguiendo centrarse y hacer caso omiso a su entorno. Avanzó un poco más y un olor conocido ofendió su nariz. Tras una zona en la que los árboles parecían cerrarse halló unas escaleras talladas casi fundidas con el suelo musgoso y tras bajarlas entró en un pequeño claro rodeado de altos árboles cuyas copas impedían que la luz tocase el suelo. Allí estaban, los dos jóvenes, o lo que quedaba de ellos, semi devorados y mutilados. Sus miembros estaban desperdigados por el claro, pero no fue eso lo que horrorizó al curtido ronin. Sus cuerpos formaban parte de una zona de carnicería, llena de huesos y restos humanos que cubrían el suelo del bosque como una alfombra. En ese gigantesco osario fue consciente de que tal vez había cometido el peor error de su vida, pues cuando haciendo un tremendo esfuerzo , entró en la alfombra de huesos para recoger algún resto de los jóvenes como prueba para su cliente, sintió que el calor abandonaba su cuerpo y que sus fuerzas desaparecían. Entonces la oyó. Esa voz femenina de edad indefinida. Esa melodía de flautas con notas imposibles que le taladraban el cerebro. Las risas y llantos de los niños abandonados. Los ruegos de ancianos agonizantes…Toshiro, con el rostro bañado en lágrimas, apeló a un último resquicio de cordura y en un acto que había repetido centenares de veces, desenvainó su hoja con la velocidad del rayo, que silbó cortando el aire. Este simple acto, preciso y mecánico, le hizo recuperar la consciencia, sacándole de la oscuridad en la que se encontraba. Entonces la vió, al otro lado del claro, avanzando hacia él sobre los crujientes huesos, llevaba una linterna en la mano y su rostro blanco era la muerte y la rodeaba una corte de criaturas de pesadilla. Fue entonces cuando el desfile de los zorros volvió a su mente, recordó cómo le descubrieron y le persiguieron, como le dieron caza y lo torturaron sin que él pudiera defenderse. Pero no esta vez era un niño. Sonrió porque supo que iba a morir allí, pero que no lo haría como un niño débil, ni como un samurai deshonrado. Iba a luchar contra monstruos y su aceró brillaba en aquel bosque lleno de muerte. Levantó el sable, y gritando, cargó contra la oscuridad...
Al dia siguiente, al amanecer, algunos campesinos lo vieron salir del bosque y perderse en los caminos, hacia el sur. Su mirada estaba perdida, su cara palida. un extraño menpo de plata colgaba de su obi. Los campesinos ,entre susurros, llegaron a la conclusión de que en realidad, aquello era un yurei y que Toshiro, en realidad, nunca saldría del bosque...
Lorem fistrum me cago en tus muelas se calle ustée de la pradera me cago en tus muelas apetecan al ataquerl al ataquerl. Está la cosa muy malar a wan fistro apetecan sexuarl. No puedor apetecan por la gloria de mi madre te voy a borrar el cerito no te digo trigo por no llamarte Rodrigor va usté muy cargadoo a wan ahorarr.
Lorem fistrum me cago en tus muelas se calle ustée de la pradera me cago en tus muelas apetecan al ataquerl al ataquerl. Está la cosa muy malar a wan fistro apetecan sexuarl. No puedor apetecan por la gloria de mi madre te voy a borrar el cerito no te digo trigo por no llamarte Rodrigor va usté muy cargadoo a wan ahorarr.
Lorem fistrum me cago en tus muelas se calle ustée de la pradera me cago en tus muelas apetecan al ataquerl al ataquerl. Está la cosa muy malar a wan fistro apetecan sexuarl. No puedor apetecan por la gloria de mi madre te voy a borrar el cerito no te digo trigo por no llamarte Rodrigor va usté muy cargadoo a wan ahorarr.
Toshiro recordaba aquel día lluvioso, con el sol en lo alto, en el que su madre le dijo que no fuera al bosque, porque en esos días los zorros celebraban sus cortejos de boda y no les gustaba que los humanos les molestaran. Pero Toshiro era curioso y fue, a escondidas, al bosque. Lo que pasó después era ahora como un recuerdo, un sueño que le visitaba cada cierto tiempo y que le hacía despertarse sobresaltado. Ahora, todo el pasado parecía muy distante, su niñez, su juventud, su familia, su vida como samurai…
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la vida como ronin era difícil, pero se había acostumbrado a ir de acá para allá, siendo una espada al servicio del mejor postor. Su último encargo le obligaba a estar allí, en busca de alguien que sabía que no encontraría, pero aún quedaban en él suficientes restos de honor como para cumplir su palabra.
En aquel lugar sombrío, húmedo y oscuro el aire era pesado y denso, el viento traía olores que le llevaban a su niñez, cuando fue a ver el desfile de los zorros. La misma sensación de pequeñez e indefensión le embargó por un momento, pero su carácter ya no era el de aquel niño curioso e inconsciente. Había librado batallas, había matado y había sangrado, había mirado al horror de la muerte y la guerra a los ojos y había sobrevivido. No se asustaba fácilmente. Pero algo en ese lugar le despojaba de coraje. Apenas había penetrado en aquel sitio cuando sintió ese frío en la boca del estómago, ese sabor dulzón a muerte , ese escalofrío en la nuca. El bosque lo recibió con los brazos abiertos y cuando entró en él, los cerró con fuerza. Apenas hubo entrado en el bosque se desorientó, pero no le dió importancia, pues era temprano y el sol lucía con fuerza en aquel día primaveral.
Debía buscar al hijo de un rico comerciante de seda, que había desaparecido junto con su amante y a los que vieron por última vez en las cercanías del bosque. Toshiro preguntó porque no había mandado hombres a buscarlos al bosque, pero entre rodeos y balbuceos el comerciante le dijo que ningún hombre de los alrededores querría pisar aquel bosque, y una sombra de miedo y vergüenza cubrió su rostro. Toshiro no preguntó más, pues sabía que la guerra y el hambre llevaban a la gente a tomar decisiones desesperadas, y aquel pueblo tenía las cicatrices de ambas aún frescas.
Así pues, Toshiro se adentró con decisión en ese bosque inmenso que dormitaba bajo la sombra de la gran Montaña y ahora lamentaba haberlo hecho. Ahora entendía también la desorbitada cantidad de koban que le pagarían si tenía éxito Las hojas podridas amortiguaban las pisadas cada vez menos determinadas, los árboles se retorcían y sus ramas flotaban dándole al bosque la apariencia de un ser vivo. Los restos de una prenda femenina abandonada le despejaron la mente y retomó la búsqueda , consiguiendo centrarse y hacer caso omiso a su entorno. Avanzó un poco más y un olor conocido ofendió su nariz. Tras una zona en la que los árboles parecían cerrarse halló unas escaleras talladas casi fundidas con el suelo musgoso y tras bajarlas entró en un pequeño claro rodeado de altos árboles cuyas copas impedían que la luz tocase el suelo. Allí estaban, los dos jóvenes, o lo que quedaba de ellos, semi devorados y mutilados. Sus miembros estaban desperdigados por el claro, pero no fue eso lo que horrorizó al curtido ronin. Sus cuerpos formaban parte de una zona de carnicería, llena de huesos y restos humanos que cubrían el suelo del bosque como una alfombra. En ese gigantesco osario fue consciente de que tal vez había cometido el peor error de su vida, pues cuando haciendo un tremendo esfuerzo , entró en la alfombra de huesos para recoger algún resto de los jóvenes como prueba para su cliente, sintió que el calor abandonaba su cuerpo y que sus fuerzas desaparecían. Entonces la oyó. Esa voz femenina de edad indefinida. Esa melodía de flautas con notas imposibles que le taladraban el cerebro. Las risas y llantos de los niños abandonados. Los ruegos de ancianos agonizantes…Toshiro, con el rostro bañado en lágrimas, apeló a un último resquicio de cordura y en un acto que había repetido centenares de veces, desenvainó su hoja con la velocidad del rayo, que silbó cortando el aire. Este simple acto, preciso y mecánico, le hizo recuperar la consciencia, sacándole de la oscuridad en la que se encontraba. Entonces la vió, al otro lado del claro, avanzando hacia él sobre los crujientes huesos, llevaba una linterna en la mano y su rostro blanco era la muerte y la rodeaba una corte de criaturas de pesadilla. Fue entonces cuando el desfile de los zorros volvió a su mente, recordó cómo le descubrieron y le persiguieron, como le dieron caza y lo torturaron sin que él pudiera defenderse. Pero no esta vez era un niño. Sonrió porque supo que iba a morir allí, pero que no lo haría como un niño débil, ni como un samurai deshonrado. Iba a luchar contra monstruos y su aceró brillaba en aquel bosque lleno de muerte. Levantó el sable, y gritando, cargó contra la oscuridad...
Al dia siguiente, al amanecer, algunos campesinos lo vieron salir del bosque y perderse en los caminos, hacia el sur. Su mirada estaba perdida, su cara palida. un extraño menpo de plata colgaba de su obi. Los campesinos ,entre susurros, llegaron a la conclusión de que en realidad, aquello era un yurei y que Toshiro, en realidad, nunca saldría del bosque...